Psalms 145

Confiar en Dios y no en los hombres

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1 ss. El Hallelú Yah (alabad a Yahvé) o Aleluya da comienzo a todos los Salmos restantes. Este fue compuesto sin duda, como lo indica su título y el de los siguientes según los LXX y la Vulgata, en tiempo de Ageo y Zacarías, o sea, después del cautiverio de Babilonia, para avivar la esperanza de Israel (Hechos 26, 6 s.). “El autor exhorta a sus conciudadanos que tenían mucho que sufrir de la hostilidad de los samaritanos y naciones vecinas, a no poner su confianza en los hombres sino en Dios” (Fillion) Cf. Salmo 84, 1 y nota.
¡HalIelú Yah!
Alaba a Yahvé, alma mía.
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2. Mientras yo viva: Cf. Salmo 103, 33. Dios tiene derecho al homenaje de los que le deben la vida. Si así lo entendía ya el salmista, mirando a Yahvé como autor de la creación y protector de Israel ¿qué no será para los que hemos conocido el beneficio de Cristo Redentor y sabemos que ya no somos nuestros, ya que hemos sido comprados por Él para glorificar al Padre? Cf. I Corintios 6, 20; Gálatas 2, 20.
Toda mi vida alabaré a Yahvé;
cantaré salmos a mi Dios
mientras yo viva.
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3. Que no puede salvar: Es decir que nunca podremos llamar a un hombre nuestro salvador, aunque nos haya prestado algún servicio, pues tal título es propio de Dios (cf. nota anterior). A este respecto el P. Bea observa acertadamente que la palabra latina “salvator” usada por el nuevo Salterio Romano en algunos Salmos (cf. Salmo 64, 6) ha reemplazado con ventaja al vocablo “salutaris” que la Vulgata aplica a Dios, pues no se trata simplemente de un Dios saludable o que da salud, sino del único que salva y sin el cual todo hijo de Adán está irremisiblemente perdido para siempre. La desconfianza en los hombres es virtud esencialmente bíblica y sobrenatural, es decir, opuesta a la tendencia humanista y pagana del clasicismo grecorromano. Cf. Salmos 32, 10; 59, 11; 93, 11; 107, 13; 117, 8 s.; Jeremías 17, 5-10; Juan 2, 24 s. y nota; 5, 42 s.; Mateo 10, 17, etc.
No pongáis vuestra confianza
en los príncipes,
en un hijo de hombre,
que no puede salvar.
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4. El soplo de vida que el hombre recibió en las narices (Génesis 2, 7) lo tenemos apenas prestado, por lo cual enseña Dios a dejar de confiar en tal hombre (Isaías 2, 22). Cf. Salmo 103, 29 y nota; Job 27, 3. A los poderosos que confían en sus propias fuerzas la muerte les quita todo su poderío. Hasta los poetas paganos reconocen que “la pálida muerte entra con igual paso en los palacios reales que en las chozas de los pobres.” Cf. Salmo 89, 10; Job 10, 9 ss.; 34, 15; Eclesiastés 12, 7; Sabiduría 16, 14; I Macabeos 2, 63.
Apenas el soplo le abandona,
él vuelve a su polvo,
y entonces se acaban todos sus designios.
5Dichoso en cambio
quien tiene en su ayuda al Dios de Jacob,
y pone su esperanza en Yahvé, su Dios,
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6 ss. La primera parte es citada en Hechos 4, 24; 14, M; Apocalipsis 14, 7. Cf. Salmo 88, 12. Conserva su fidelidad (cf. Salmo 88, 3 y nota; 99, 5; 116, 1), es decir, cumplirá cuanto se enumera a continuación. San Pablo revela con admiración cómo esa fidelidad permanece no obstante nuestras fallas, porque Dios “no puede dejar de ser quien es” (Romanos 3, 3-4; II Timoteo 2, 13), “bueno con los desagradecidos y malos” (Lucas 6, 35). Cf. Lucas 5, 31 s. y nota. Según esa fidelidad cumplirá las promesas de libertad para los israelitas cautivos entre las naciones (cf. Salmo 146, 2 y nota; Jeremías 23, 5 s.; Ezequiel 28, 25 s.; 37, 21 ss.; Zacarías 8, 7); justicia y venganza para todos los oprimidos; misericordia para todos los que sufren (Salmos 71, 2-4; 146, 3 y notas).
Creador del cielo y de la tierra,
del mar y de cuanto contienen.
Él conserva siempre su fidelidad;
7hace justicia a los oprimidos,
y da pan a los hambrientos.
Es Yahvé quien desata a los cautivos;
8es Yahvé quien abre los ojos de los ciegos;
Yahvé levanta a los agobiados;
Yahvé ama a los justos;
9Yahvé cuida de los peregrinos;
sustenta al huérfano y a la viuda,
y trastorna los caminos de los malvados.
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10. “En fin, Él no desaparecerá como los hombres (versículo 4), siendo el Rey inmortal, el Dios que reinará para siempre en Sión y allí cumplirá las promesas de la salvación” (Calès). Cf. Salmo 64, 2.
Reinará Yahvé para siempre,
el Dios tuyo, oh Sión, de edad en edad.
¡HalIelú Yah!
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